Crianza emocionalmente segura: el modelo que busca formar niños resilientes y con confianza
Cada vez más familias buscan alternativas que ayuden a criar hijos seguros de sí mismos, emocionalmente estables y preparados para enfrentar los desafíos de la vida. Entre las nuevas propuestas, la llamada “crianza emocionalmente segura” se posiciona como una de las más completas, al combinar límites claros con un entorno de afecto, comunicación y respeto mutuo.
Lejos de los extremos del autoritarismo o la permisividad, este enfoque propone una relación equilibrada entre padres e hijos. De acuerdo con especialistas como Maritchu Seitún y Reem Raouda, el modelo se enfoca en acompañar emocionalmente a los niños, entender su conducta como una forma de comunicación y enseñarles a autorregularse sin castigos ni humillaciones.
Raouda, quien ha estudiado más de 200 vínculos familiares, asegura que el secreto no está en ser estrictos ni excesivamente indulgentes, sino en ofrecer seguridad emocional. Esto implica reconocer las emociones de los hijos, no desestimarlas, y responder con empatía, incluso cuando la conducta sea desafiante.
Límites claros, empatía y conexión
Uno de los pilares de esta crianza es la capacidad de los padres para establecer límites firmes sin recurrir a amenazas ni culpas. Según Seitún, esto requiere una maternidad y paternidad activas, donde el adulto no actúe desde el enojo o el cansancio, sino desde la guía amorosa. “Cuando los límites varían según el día o el humor del adulto, se genera confusión y se pierde autoridad”, advierte.
Otra clave es dejar de interpretar el mal comportamiento como falta de respeto. Golpes, gritos o berrinches son muchas veces una señal de estrés o desconexión emocional. Frente a esto, la propuesta es reconectar: escuchar, acompañar el enojo y luego establecer el límite con calma. También se aconseja evitar frases humillantes o etiquetas negativas, pues lo que los padres dicen, incluso con tono sarcástico, influye en la manera en que los niños se perciben a sí mismos.
Raouda enfatiza que este enfoque comienza por el adulto. Es necesario que los padres hagan un trabajo de autoconocimiento para no repetir patrones de su propia infancia. Reflexionar sobre las propias emociones, desencadenantes y formas de reaccionar ayuda a acompañar mejor a los hijos en sus procesos.
Cuando se produce un conflicto, el objetivo no es castigar ni distanciarse, sino reconectar con gestos sencillos: respirar juntos, hablar sin gritos, validar lo que el niño sintió. En estos momentos difíciles, el tono, las palabras y la actitud del adulto marcan la diferencia entre una herida emocional y una oportunidad de crecimiento.
El modelo emocionalmente seguro también fomenta la independencia. A medida que los niños se sienten comprendidos y contenidos, desarrollan confianza, resiliencia y habilidades para resolver problemas por sí solos. A largo plazo, esto los prepara para enfrentar la vida con seguridad y establecer relaciones sanas.
Más allá de la corrección del comportamiento, esta forma de crianza busca crear un entorno donde los niños se sientan aceptados incondicionalmente. Según Raouda, un niño emocionalmente seguro se convertirá en un adulto capaz de regular sus emociones, confiar en sus decisiones y vivir en armonía consigo mismo y con los demás.