¿Es momento de dejar atrás a los príncipes y princesas en el cine?
Desde 1937, cuando Disney lanzó Blanca Nieves, el cine animado vivió una transformación que marcaría su rumbo durante gran parte del siglo XX. Castillos, animales parlantes, vestidos brillantes y el clásico príncipe al rescate se convirtieron en el sello de una fórmula que dominó la pantalla y que todavía influye en la cultura popular. Pero en pleno 2025, con nuevas generaciones cuestionando todo, ¿siguen siendo necesarios estos personajes de sangre azul?
La avalancha de remakes que ha producido Disney en los últimos años no solo ha buscado actualizar el formato, sino también ajustar los mensajes para hacerlos más cercanos a los valores contemporáneos. Sin embargo, detrás de las versiones modernas de La Bella y la Bestia o La Cenicienta, persiste una narrativa donde la realeza es símbolo de justicia, bondad y destino especial. Es decir, seguimos viendo a la monarquía como la portadora natural del liderazgo y la virtud, aunque ahora con coronas más inclusivas.
Del guion al linaje: el poder heredado en el cine
El fenómeno no se limita a Disney. En El Rey León, Mufasa y luego Simba heredan un trono por derecho de nacimiento, reforzando la idea de que el poder y la nobleza están ligados a la sangre. Aunque muchas princesas han sido retratadas con mayor agencia y valor personal, como Rapunzel o Elsa, su linaje sigue siendo central para sus historias.
En otros géneros, como la fantasía épica, el modelo se repite. El Señor de los Anillos presenta a Aragorn como un líder legítimo por ser heredero al trono, aunque lo balancea con la figura de los hobbits, héroes inesperados y sin linaje alguno. Este contraste demuestra que hay espacio para protagonistas alejados de la nobleza, con orígenes comunes y motivaciones personales.
Lo mismo ocurre en la ciencia ficción. Star Wars divide a sus protagonistas entre los elegidos y los comunes. Rey, por ejemplo, fue criticada por obtener habilidades casi divinas sin proceso narrativo claro, reforzando su privilegio como descendiente de Palpatine. En cambio, Rogue One nos presentó a Jyn Erso, una joven sin destino predestinado que decide luchar por convicción. Un contraste similar ocurre con El destino de Júpiter, donde la protagonista tiene un papel central únicamente por haber nacido con una carga genética específica.
¿Héroes por elección o por linaje?
La insistencia del cine comercial en otorgar gloria y poder a personajes que “nacieron en el lugar correcto” puede resultar agotadora. Las nuevas audiencias, más críticas y diversas, reclaman historias donde el mérito no dependa de la sangre, sino de la acción. Por supuesto, no se trata de eliminar estas figuras, sino de repensarlas: darles profundidad, conflictos reales y procesos de crecimiento que reflejen mejor el mundo contemporáneo.
Afortunadamente, existen historias que exploran otros caminos. Sinners, de Ryan Coogler, es un ejemplo de cómo el cine puede alejarse de los tropos de la nobleza sin perder impacto. Solo hace falta que estas narrativas tengan el mismo espacio y visibilidad que las fórmulas tradicionales.
Tal vez haya llegado el momento de dejar a un lado la obsesión por la realeza, no porque sea mala en sí misma, sino porque ya no representa el único camino hacia el heroísmo.