El príncipe alemán que ama México, come enchiladas y le va a las Chivas

Aunque nació en Múnich y pertenece a una de las casas reales más antiguas de Alemania, Alejandro de Sajonia tiene el corazón puesto en México. Hijo del príncipe Roberto Alexander de Gessaphe y de María Anna de Sajonia, duquesa de Sajonia, Alejandro forjó su vida personal y profesional en la Ciudad de México, donde vivió por más de 30 años, formó una familia y dirigió su propia empresa. Hoy, es jefe de la Casa Real de Sajonia y heredero de la dinastía Wettin, pero sigue considerando a México su verdadera patria.

Desde pequeño vivió en la capital mexicana luego de que su familia emigrara tras huir del régimen soviético en Alemania Oriental. Estudió en el Instituto Patria y luego en el Colegio de San Blas, antes de regresar brevemente a Alemania para cursar la carrera de Administración en la Universidad de Múnich. A finales de los años ochenta, contrajo matrimonio con la princesa Gisela de Baviera y tres de sus cuatro hijos nacieron en la CDMX. Durante años, se desempeñó como empresario en el sector logístico y aduanal, y llegó a impartir clases en el IPADE.

Fue en 1999 cuando su vida dio un giro inesperado. Su tío, Maria Emanuel, Margrave de Meissen y jefe de la Casa de Sajonia, lo adoptó legalmente y lo nombró heredero, ya que no tenía descendencia. Así, Alejandro se convirtió en el representante oficial de la antigua dinastía germana, un título simbólico, pero con un profundo peso histórico. Aunque sin poder político ni propiedades restituidas por el Estado alemán tras la reunificación, la familia conserva un legado que Alejandro ha sabido equilibrar entre Europa y América Latina.

Raíces mexicanas en una casa real alemana

Pese a vivir actualmente en Dresde, la conexión de Alejandro con México se mantiene viva. Viaja varias veces al año, mantiene operaciones empresariales en el país y sigue profundamente vinculado a sus tradiciones. Confiesa que en casa nunca faltan las latas de salsa picante, que su esposa le cocina enchiladas o guacamole, y que uno de sus placeres es acompañar una comida con tequila o mezcal, seguido de un buen chile en nogada o un mole poblano, al ritmo de los mariachis.

Fanático de las Chivas del Guadalajara, Alejandro ha dejado claro que su identidad no está marcada sólo por la sangre azul, sino por una historia compartida entre dos culturas. “Hasta 1997 era un empresario mexicano común y corriente que sufría con el tráfico y las crisis económicas del país”, recuerda con humor. Pero desde que asumió su título nobiliario, ha combinado sus obligaciones como jefe de la dinastía con la gestión de su empresa, sin dejar atrás sus costumbres mexicanas.

Aún sorprendido por el deterioro que encontró en Dresde tras su mudanza en 1997 —“mil veces peor de lo que jamás me hubiese imaginado”, dijo sobre la infraestructura postcomunista—, Alejandro ha sabido reconstruir su vida familiar sin perder su esencia. Él mismo ha declarado que se siente profundamente identificado con México: su colorido, su cocina, sus tradiciones, su gente amable y sus paisajes únicos.

Alejandro de Sajonia es un testimonio vivo de cómo dos mundos aparentemente distantes pueden fusionarse en una identidad única. Desde los palacios europeos hasta las calles de la CDMX, ha construido un puente entre Alemania y México, combinando la historia de una monarquía con el calor y el folclor de una nación que, para él, siempre será su verdadero hogar.

Compartir
No Comments

Leave A Comment