De la Masacre de San Fernando, Colinas de Santa Fe a Teuchitlán ¿Es posible que existan más sitios como el de Jalisco en todo México?
Antecedentes: La larga sombra de la desaparición forzada
El hallazgo en Jalisco no es un hecho aislado, sino la última pieza en un patrón de violencia extrema que se ha repetido en diversas regiones de México durante los últimos años. En entidades como Veracruz, Tamaulipas y Guerrero, los hallazgos de fosas clandestinas se han convertido en una constante. Estos sitios, en su mayoría vinculados al crimen organizado, son un claro reflejo de la impunidad que prevalece en muchas zonas del país, donde las autoridades locales y federales han mostrado una alarmante falta de acción o incluso complicidad con los grupos criminales.
Uno de los casos más notorios ocurrió en 2017 en Veracruz, cuando se exhumaron más de 250 cráneos y restos humanos en la fosa clandestina de Colinas de Santa Fe, el mayor hallazgo hasta entonces. Sin embargo, la magnitud de la tragedia no se limita a Veracruz. En Tamaulipas, la masacre de San Fernando en 2010, que dejó más de 190 cuerpos en fosas clandestinas, expuso el nivel de brutalidad de los carteles de la droga. En Guerrero, lugares como Cocula e Iguala se han convertido en símbolos de la desaparición forzada, especialmente después del caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014, que sigue siendo uno de los episodios más oscuros en la historia reciente del país.
La nueva dimensión de la desaparición forzada en México
Lo que ha sucedido en Teuchitlán marca un punto de inflexión. Si bien las fosas clandestinas ya eran conocidas, el hecho de que se haya encontrado un campo de exterminio con hornos crematorios ilegales, diseñado específicamente para incinerar cuerpos y eliminar cualquier pista que permita la identificación de las víctimas, lleva la desaparición forzada a una nueva dimensión. Esto no solo complica la identificación de los desaparecidos, sino que también dificulta el rastreo de las redes criminales responsables y la investigación de las autoridades.
Este tipo de metodologías no son nuevas, y recuerdan a las prácticas utilizadas por los Zetas, uno de los grupos criminales más violentos y temidos en el norte del país, en lugares como Tamaulipas y Coahuila. En esos estados, también se encontraron restos calcinados en tambos con combustible, una técnica macabra para destruir cualquier evidencia física. Sin embargo, la existencia de un sitio estructurado para llevar a cabo estos actos de manera sistemática plantea la inquietante posibilidad de que este tipo de exterminio sea una práctica extendida y organizada, más allá de las acciones aisladas de un grupo criminal.
¿Cuántos más? La probabilidad de la existencia de más campos de exterminio
Con más de 114,000 personas desaparecidas oficialmente en México, las cifras son escalofriantes. La localización de estos sitios de exterminio indica que no son eventos aislados, sino parte de una red mucho más extensa y compleja vinculada al crimen organizado, con posibles conexiones entre autoridades locales y federales. La desaparición de miles de personas no solo refleja un colapso en el sistema de justicia, sino una estructura de poder paralela que opera en las sombras, en la que las víctimas se desvanecen sin dejar rastro.
El hallazgo en Teuchitlán abre una nueva serie de preguntas. ¿Cuántos más campos de exterminio existen en el país, ocultos en zonas remotas, lejos de la mirada pública? Si tomamos en cuenta la magnitud de los hallazgos anteriores y la continua desaparición de personas en todo el territorio nacional, se puede especular que este campo de exterminio podría ser solo la punta del iceberg. Se estima que podría haber entre 50 y 100 sitios similares aún no descubiertos en diversas regiones del país, aunque esta cifra sigue siendo especulativa, ya que depende de la capacidad del gobierno y las organizaciones de derechos humanos para identificar estos lugares en el futuro.
Las autoridades, por su parte, se encuentran atrapadas en un mar de acusaciones y desinformación, lo que dificulta aún más el rastreo y la localización de estos sitios. La desaparición forzada, más que una tragedia aislada, se ha convertido en un fenómeno estructural que parece impregnar todos los niveles de la sociedad mexicana.
Una crisis sin fin
El descubrimiento en Teuchitlán no es un episodio aislado, ni tampoco el último que se podría registrar en un país donde la violencia estructural y la impunidad han dejado cicatrices profundas. Cada vez más, la desaparición forzada en México se convierte en una crisis de derechos humanos que no tiene fin a la vista. Las estadísticas, que no dejan de aumentar, son solo una cifra fría que no refleja la angustia de las familias que viven con la incertidumbre de no saber qué ha ocurrido con sus seres queridos.
El futuro inmediato es incierto, y la sombra de más campos de exterminio se cierne sobre el país. Sin una acción efectiva y un compromiso real por parte de las autoridades para erradicar esta violencia, la desaparición forzada continuará siendo una de las mayores violaciones a los derechos humanos en la historia reciente de México. Mientras tanto, las familias seguirán esperando respuestas, y el Estado continuará enfrentando el desafío de reconstruir la confianza de una sociedad que se siente cada vez más desprotegida ante la brutalidad de este fenómeno.
