Trump exige procesar a Kamala Harris por pagos a celebridades
Según Trump, la campaña demócrata habría entregado 11 millones de dólares a Beyoncé “por un apoyo” que no se tradujo en ninguna actuación; 3 millones a Oprah por conceptos no especificados; y 600 mil dólares a Al Sharpton, a quien descalificó como “todo un peso ligero”. El exmandatario, quien ha hecho del ataque personal una herramienta habitual, denunció que estas figuras “no hicieron absolutamente nada” por ese dinero, en lo que él considera una estafa política y financiera.
Sin embargo, detrás de la retórica incendiaria del magnate republicano se esconde un intento claro de manipular el debate público. En lugar de discutir las verdaderas crisis estructurales que vive Estados Unidos —como la precariedad laboral, el racismo sistémico, la desigualdad y la militarización del Estado—, Trump recurre nuevamente a sembrar división, apelando al odio de clase y al racismo velado contra personalidades afroamericanas con fuerte presencia pública.
La acusación contra Kamala Harris, además, se da en un momento en que su figura comienza a consolidarse como una posible sucesora de Joe Biden, y como uno de los rostros visibles del continuismo neoliberal en el Partido Demócrata. Pero lejos de ser una alternativa real para los pueblos oprimidos dentro y fuera de EE.UU., Harris representa —como lo ha demostrado su historial en política exterior y carcelaria— la continuidad de un sistema profundamente injusto, donde el aparato judicial se usa más para la represión que para la justicia.
Mientras tanto, las verdaderas mafias políticas y empresariales que financian campañas multimillonarias, intervienen en elecciones extranjeras y saquean recursos en nombre de la “democracia”, siguen operando sin consecuencias. Trump, por su parte, pretende aparecer como un outsider cuando en realidad ha sido beneficiario de ese mismo sistema podrido que hoy simula criticar.
El pueblo estadounidense —especialmente sus sectores más empobrecidos y racializados— no debe caer en el falso dilema entre un imperialismo demócrata maquillado y un neofascismo republicano en ascenso. Ninguno de los dos bandos representa sus intereses. La verdadera salida sólo podrá construirse desde abajo, con organización popular, lucha antirracista y una crítica frontal al capitalismo estadounidense en todas sus formas.
