¿Se acerca el fin del dominio estadounidense en las finanzas globales?

Durante décadas, el dólar estadounidense ha sido el eje del sistema financiero internacional. Gobiernos, bancos centrales e inversionistas lo han utilizado como refugio en tiempos de incertidumbre, mientras materias primas estratégicas como el petróleo se cotizan en esa moneda. Este dominio le ha permitido a Estados Unidos financiarse a bajo costo y ejercer una influencia global sin precedentes. Sin embargo, más allá del tamaño de su economía o la profundidad de sus mercados, el verdadero pilar del dólar ha sido la confianza.

Esa confianza se basa en la expectativa de que Estados Unidos respete reglas claras, proteja contratos y derechos de propiedad, y actúe con responsabilidad institucional, especialmente en momentos de crisis. No es un elemento menor: es lo que sostiene que otros países mantengan reservas en dólares y acepten su centralidad en el comercio y las finanzas globales.

Las grietas del sistema

Las críticas al dominio del dólar no son nuevas. Tras la crisis financiera de 2008, muchas economías emergentes resentieron los efectos de la política monetaria estadounidense y su exposición a deuda denominada en dólares. A ello se sumó el uso cada vez más frecuente de sanciones financieras como instrumento de política exterior. En respuesta, países como China, Rusia e India comenzaron a desarrollar sistemas de pago alternativos, acuerdos de intercambio de divisas y estrategias para fortalecer sus propias monedas.

Lo que durante años fue un movimiento gradual tomó un giro más abrupto con el regreso de Donald Trump a la presidencia. Su política comercial basada en aranceles amplios, su cuestionamiento de organismos internacionales y su visión transaccional del comercio han encendido alertas. El mensaje implícito es que el acceso al mercado estadounidense tiene un costo político y financiero, lo que erosiona la idea de un orden económico abierto y predecible.

A esto se suma el deterioro fiscal de Estados Unidos. Los recortes de impuestos y el aumento del gasto han elevado la deuda pública a niveles históricos, con déficits que rondan el 6 por ciento del PIB. Este escenario ha llevado a varios bancos centrales a reducir, aunque sea lentamente, su exposición al dólar.

Un futuro más fragmentado

Otro factor clave es la presión política sobre la Reserva Federal. Los ataques a su independencia y las amenazas de remover a sus autoridades generan dudas sobre la solidez de la política monetaria estadounidense. Para muchos actores internacionales, la autonomía del banco central es una señal básica de estabilidad, y su debilitamiento afecta la credibilidad del país como ancla del sistema financiero.

Pese a todo, no existe un sustituto inmediato del dólar. El yuan chino enfrenta controles de capital y limitaciones legales; el euro carece de una autoridad fiscal común; y las monedas digitales aún no ofrecen certidumbre. Aun así, el mundo ya se mueve hacia una mayor diversificación: más reservas en oro, más comercio en monedas locales y menos dependencia del financiamiento en dólares.

Para economías como la mexicana, este escenario implica un entorno más complejo y volátil, donde el dólar seguirá siendo central, pero ya no incuestionable. No se trata de un colapso repentino, sino de una transición lenta hacia un sistema monetario más fragmentado, con nuevas reglas aún en construcción.

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