Padres en Corea del Sur se encierran en celdas para entender a sus hijos aislados
En Corea del Sur, algunos padres recurren a una experiencia extrema: se encierran de manera voluntaria en celdas que simulan aislamiento total. Sin celular, sin contacto con la familia y reducidos a cuatro paredes, buscan ponerse en la piel de sus hijos que han decidido cortar lazos con el mundo exterior.
El fenómeno es conocido como hikikomori, un término japonés que describe a quienes se recluyen casi por completo, permaneciendo encerrados en su habitación durante meses o incluso años. En Corea del Sur, centros como la llamada Happiness Factory ofrecen a madres y padres la posibilidad de vivir este confinamiento. Una de ellas, Jin Young-hae, de 24 años, tomó la decisión tras ver a su hijo abandonar su higiene y alimentación para permanecer aislado. Otra madre, Park Han-sil, enfrenta desde hace siete años el encierro voluntario de su hijo, que además se niega a recibir atención médica.
Ambas mujeres buscaron en este programa una forma de empatía: entender el silencio y la desconexión como defensa frente a un mundo que no los escucha.
Una realidad que resuena más allá de Asia
El Ministerio de Salud y Bienestar surcoreano estima que cerca de 540 mil personas entre 19 y 43 años viven bajo este aislamiento. El fenómeno se agudiza en un contexto de desempleo, presión social y problemas de salud mental: 24% de los jóvenes que se aíslan lo hacen por no encontrar empleo, mientras que otros mencionan conflictos familiares o de relaciones interpersonales.
Aunque el término nació en Japón y se ha expandido en Asia, su eco llega también a países como México. Aquí, los jóvenes enfrentan largos periodos sin empleo formal, precariedad laboral y un futuro incierto que muchas veces deriva en ansiedad, depresión o abandono de proyectos de vida. El encierro —ya sea en un cuarto, frente a una pantalla o en la desconexión social— aparece como una salida silenciosa.
Los casos surcoreanos muestran a madres que buscan comprender antes que imponer. Una de ellas relató que, al leer notas de jóvenes recluidos, entendió que “el silencio es una forma de protección porque nadie los entiende”. En México, donde la salud mental juvenil sigue siendo un tema secundario en las políticas públicas, ese mensaje resuena como advertencia.
El reto no es menor: reconocer el aislamiento no como un capricho, sino como un grito callado de una generación que no encuentra su lugar. Corea del Sur abre celdas para entenderlos; México tendría que abrir primero espacios de escucha, de empleo digno y de atención psicológica real antes de que el encierro se vuelva, también aquí, un destino cotidiano.