Cuando más era mejor: la extravagante forma de comer en la Edad Media
Durante siglos, las especias fueron símbolo de riqueza y poder. Su uso excesivo en los banquetes medievales creó platillos que hoy consideraríamos imposibles de comer.
Hoy basta un poco de sal, ajo o pimienta para dar sabor a la comida, pero en la Edad Media, los platillos estaban saturados de especias. En los banquetes más opulentos se podían utilizar hasta veinte condimentos diferentes en un solo platillo, mezclados además con grandes cantidades de azúcar. Esta mezcla extrema no solo alteraba el sabor, sino que convertía la comida en una verdadera prueba para el paladar moderno.
Este uso desmedido no era por falta de conocimiento gastronómico, sino porque las especias eran artículos de lujo. Solo los nobles tenían acceso a ellas, y su presencia en la mesa era una forma de mostrar poder económico. La comida no solo alimentaba: se convirtió en un ritual social donde el exceso tenía un mensaje político y cultural.
Banquetes cargados de simbolismo
A pesar de que en la Edad Media también se consumían alimentos básicos como pan, vino, carne o pescado, el valor simbólico de las especias las convirtió en una obsesión para las clases altas. Canela, pimienta negra, jengibre, azafrán, nuez moscada y galanga eran parte del repertorio habitual en los platos principales, muchas veces mezcladas todas en una misma receta. En este contexto, el sabor dejaba de importar; lo importante era lo que las especias representaban: poder, lujo y contacto con tierras lejanas.
Estas prácticas están documentadas en obras como el Llibre de Sent Soví, un recetario del siglo XV que contiene más de setenta recetas del Mediterráneo medieval. Gracias a esta y otras fuentes, los historiadores han podido reconstruir la alimentación de la élite de la época. Sorprendentemente, el pollo con azúcar era considerado una delicia, al igual que otros platillos que hoy nos parecerían más un postre que una comida salada.
La evolución del gusto
Uno de los mitos más comunes sobre la Edad Media es que las especias se usaban para disfrazar el sabor de la carne en mal estado. Sin embargo, estudios recientes señalan que los cocineros de la época conocían métodos de conservación como el uso de sal, vinagre, azúcar y miel. Las especias no cumplían una función de preservación, sino más bien decorativa y simbólica.
Los platillos también eran un espectáculo visual. Aves como el cisne, el pavo real o la perdiz eran protagonistas de la mesa, mientras que alimentos como las salchichas eran relegados a las clases bajas por ser productos diseñados para durar más tiempo, y por tanto, innecesarios para quienes podían darse el lujo de comer carne fresca todos los días.
Para el siglo XVII, el uso de especias comenzó a disminuir, no porque la carne dejara de descomponerse, sino porque los gustos culinarios empezaron a cambiar. La extravagancia dio paso a una cocina más refinada y menos recargada, anticipando la evolución hacia las tradiciones gastronómicas modernas.
Lo que en su momento fue símbolo de poder y sofisticación, hoy se vería como una mezcla incomible. Y aunque muchas de esas recetas han quedado en el pasado, el interés por conocerlas sigue despertando curiosidad sobre cómo la comida puede reflejar la historia y los valores de una época.