¿Y si hablamos con animales? Lo que nos dirían delfines y ballenas con ayuda de la IA

Hace siglos, Charles Darwin sugirió que el habla humana podría haber surgido de la imitación del canto de aves. Hoy, gracias a la inteligencia artificial, esa conexión entre especies podría reactivarse de manera sorprendente.

La carrera por traducir los lenguajes animales, impulsada por modelos de lenguaje avanzados, ya está en marcha. La Fundación Jeremy Coller ha ofrecido 10 millones de dólares al grupo que logre descifrar con éxito una lengua animal. El foco está en los cetáceos, como los delfines y las ballenas, que al igual que los humanos aprenden por imitación y emplean complejas secuencias de sonidos con estructura jerárquica.

Uno de los esfuerzos más prometedores es el Proyecto Ceti (Iniciativa de Traducción de Cetáceos), que busca entender los «códigos» de los cachalotes: clics rápidos de una milésima de segundo. Ceti ha identificado sonidos que podrían funcionar como puntuación, y espera establecer comunicación básica para 2026.

Google también ha lanzado DolphinGemma, un sistema de traducción entrenado con 40 años de grabaciones de delfines. Ya en 2013, se documentó cómo un grupo de delfines adoptó un clic para referirse a una planta marina, el primer «préstamo» registrado de un sonido humano al lenguaje animal.

Ruido, silencio y el impacto humano

La emoción por dialogar con animales no debería eclipsar lo que ya nos dicen: que estamos dañando su mundo. Los ecosistemas sanos suenan. Un arrecife vibrante cruje y estalla con vida, mientras que uno degradado guarda silencio. Desde los años 60, la minería y el tráfico marítimo han aumentado el ruido submarino unos tres decibeles por década. El canto de las ballenas jorobadas —complejas piezas sonoras que pueden durar hasta 24 horas— se ve desplazado por las frecuencias de la extracción de minerales que usamos en nuestros dispositivos.

Estos cantos no son solo bellos: son vitales para la reproducción y migración. Pero muchas ballenas dejan de cantar cuando un barco comercial se acerca a menos de 1.2 kilómetros, prefieren el silencio antes que competir con el ruido.

Hablar con otra especie no es solo cuestión de sonido. Ellos también usan señales visuales, químicas, térmicas y mecánicas. Viven en mundos de percepción —llamados umwelten por el ecólogo Jakob von Uexküll— que son casi incomprensibles para nosotros.

¿Qué pasaría si lográramos cruzar esa frontera? ¿Quién cambiaría más: ellos o nosotros? Como dijo el filósofo Stephen Budiansky adaptando a Wittgenstein: si un león hablara, podríamos entenderlo, pero ya no sería un león.

Esta posibilidad recuerda a Arrival, la película donde una lingüista aprende el lenguaje circular de unos alienígenas parecidos a ballenas. Al hacerlo, su percepción del tiempo cambia radicalmente: ya no hay pasado ni futuro, solo un presente expansivo. Algo similar podría ocurrir si aprendiéramos a “hablar ballena”.

Más allá de lo científico, entender sus cantos podría transformar cómo percibimos el tiempo, el espacio y la vida en el planeta. Quizá entonces pensemos dos veces antes de contaminar el mar con tanto ruido.

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