México apuesta por energías que vienen del campo: así va la nueva ola de biocombustibles

México se sumó a casi una veintena de países que acordaron impulsar con mayor fuerza el uso de biocombustibles para 2035. La declaración se presentó durante la COP30 en Belém, Brasil, donde el tema central fue acelerar la transición energética ante el avance de la crisis climática.

El compromiso, conocido como Belém 4X, plantea cuadruplicar el uso de energías como el hidrógeno verde, el etanol y los biogases. Hoy su participación en el mercado energético es mínima, pero los países firmantes buscan que, con mayor cooperación internacional, se produzcan a gran escala y a precios accesibles para competir con los combustibles fósiles. La propuesta fue impulsada por Brasil, Japón e Italia, y respaldada también por naciones de América Latina, África y Asia.

México ante la transición

La participación mexicana se da en un momento en que el país discute cómo fortalecer una transición energética que no solo reduzca emisiones, sino que genere empleos y nuevas cadenas productivas. El uso de biocombustibles podría convertirse en una alternativa para sectores como el transporte, la aviación, la industria química y el campo. México cuenta con experiencia en la producción agrícola y biomasa, pero aún enfrenta retos tecnológicos e industriales para escalar proyectos de hidrógeno o biogás.

El acuerdo señala que cada país podrá aplicar medidas propias, siempre y cuando contribuya a la meta colectiva. La Agencia Internacional de Energía dará seguimiento anual a los avances. Entre los países que se sumaron están Chile, Panamá, Guatemala, Canadá, India y Países Bajos, además de México. La declaración queda abierta para que más gobiernos se integren durante el próximo año.

Mirando hacia adelante

La transición energética en la región se debate entre urgencias climáticas, costos de inversión y la necesidad de mantener estabilidad económica. En México, el impulso a biocombustibles podría vincular la innovación con el campo, las universidades y la industria, explorando modelos donde comunidades y productores formen parte de la cadena de valor.

Por ahora, el acuerdo marca una dirección, pero su alcance dependerá de políticas públicas, financiamiento y la capacidad de convertir el compromiso diplomático en proyectos concretos que lleguen a la vida diaria: transporte más limpio, producción industrial menos contaminante y opciones energéticas más diversas.

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