Las mujeres que enfrentan a la pesca furtiva en Yucatán

En las costas de Yucatán, donde el mar solía ser generoso, hoy la abundancia se desvanece. El mero, el pulpo, la langosta y el pepino de mar escasean por la sobreexplotación y la pesca furtiva. Frente a un Estado ausente, un grupo inesperado tomó el timón: mujeres pescadoras, comerciantes, madres y buceadoras que decidieron defender lo que sus comunidades estaban perdiendo.

No aparecen en los padrones oficiales, no reciben sueldo ni seguro, pero se organizan para patrullar con binoculares, drones y libretas en mano. Vigilan refugios pesqueros, registran matrículas de lanchas, toman fotos como pruebas y enfrentan con firmeza —pero sin violencia— a quienes depredan el mar. Han logrado lo que la autoridad no: reducir de 15 a solo 3 o 4 embarcaciones ilegales al mes en zonas como Celestún.

En Yucatán hay más de 12 mil pescadores registrados, pero apenas 143 son mujeres, un 1.16%. Pese a ser minoría, su presencia empieza a cambiar la historia de un oficio marcado por hombres. En Celestún, Damaris Chuy y Reina Dzul cuentan que antes sus esposos regresaban con buena pesca tras navegar 25 millas; hoy deben ir hasta 60, señal clara de agotamiento. Esa alarma las llevó a actuar.

La vigilancia no es sencilla: cada patrullaje cuesta hasta cuatro mil pesos en gasolina. Se organizan de un día a otro para evitar filtraciones, reparten tareas y se protegen entre ellas. Si perciben peligro, se retiran. Su protocolo es claro: cuidar el mar sin arriesgar la vida.

Mientras tanto, las cifras muestran la magnitud del problema. Entre 2010 y 2023 se registraron 345 denuncias por pesca ilegal en Yucatán y 186 por comercialización ilícita, más del 32% del total nacional. Sin embargo, la Conapesca solo cuenta con siete inspectores para vigilar más de 370 kilómetros de costa, y el presupuesto federal para estas tareas se redujo en más del 60% desde 2020.

Buceadoras y guardianas de futuro

En San Felipe y Río Lagartos, otras mujeres van más allá: se certificaron como buceadoras para monitorear refugios pesqueros como Actam Chuleb, decretado en 2024. Patrullan el mar, anotan datos, toman fotografías y enfrentan insultos y amenazas de pescadores furtivos. No tienen facultad para sancionar, pero su evidencia sirve para denunciar.

Al principio las llamaron locas, hoy sus comunidades comienzan a reconocerlas. Para muchas jóvenes, estas guardianas son ejemplo de que la defensa del mar también es cosa de mujeres. Organizaciones como WildAid y Comunidad y Biodiversidad han respaldado su capacitación, pero la fuerza principal nace de ellas mismas.

Lo que hacen no es solo vigilar: es resistir frente al abandono institucional y garantizar que sus hijas e hijos puedan conocer las especies que un día abundaron en sus costas. En cada ronda nocturna, en cada bitácora llena de datos y en cada fotografía tomada late una convicción: que el mar no puede esperar a que alguien más lo defienda.

Son ellas, las invisibles del padrón, quienes hoy sostienen la primera línea de defensa en Yucatán. Y lo hacen con la certeza de que, sin mar, no hay futuro.

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