El krill en peligro: cuando el omega-3 cuesta más de lo que vale
Una nueva alerta ambiental sacude al mundo científico: los suplementos alimenticios a base de krill podrían estar empujando a las ballenas hacia una nueva crisis. Así lo advierte un estudio publicado por Nature en colaboración con la Universidad de Stanford, que señala un creciente y preocupante desequilibrio en el Océano Antártico.
El krill, esos diminutos crustáceos que parecen inofensivos, son el corazón de la cadena alimentaria marina. Ballenas azules y jorobadas dependen casi exclusivamente de ellos para sobrevivir. Pero su población está siendo diezmada por la demanda humana: en las últimas tres décadas, su pesca se ha cuadruplicado, impulsada por la industria de suplementos de omega-3.
Estas cápsulas, que prometen beneficios como mejorar la salud cardiovascular, reducir la inflamación y potenciar la función cerebral, esconden una cara menos visible: están privando a los grandes cetáceos de su principal fuente de alimento. Y esto ocurre justo cuando las poblaciones de ballenas apenas comienzan a recuperarse de siglos de caza indiscriminada.
El panorama no es alentador. Aunque aún queda krill, sus números han disminuido notablemente. Este declive recuerda otras tragedias ambientales: la extinción de la paloma migratoria, alguna vez la más abundante del planeta, o el colapso del bacalao de Terranova, cuya sobrepesca llevó a su casi desaparición.
Pero hay esperanza. Existen alternativas sostenibles al krill para obtener omega-3: aceites vegetales como el de linaza, chía o cáñamo; suplementos elaborados a base de algas, e incluso una alimentación rica en nueces, semillas y vegetales.
El mensaje es claro: cuidar nuestra salud no debería implicar poner en riesgo la de todo un ecosistema. Consumir con conciencia puede marcar la diferencia entre la vida y la extinción de las especies que comparten el planeta con nosotros.