¿Cómo están nuestras aves? La guía que une ciencia y comunidades para defender la vida
Las aves nos cuentan historias. Su canto anuncia las lluvias, su vuelo marca los ciclos de la tierra y su ausencia revela heridas invisibles en los ecosistemas. En México, donde conviven más de mil especies, la pregunta “¿cómo están nuestras aves?” es también una pregunta sobre el futuro de nuestros territorios.
Para responderla nació una guía pensada no como un manual rígido, sino como un puente entre ciencia y comunidades. Elaborada por los biólogos Rubén Ortega-Álvarez y Rafael Calderón-Parra, reúne más de una década de trabajo con pueblos rurales e indígenas de México y América Latina. Su propuesta es clara: que el monitoreo de aves no sea una tarea impuesta desde fuera, sino un proceso vivo, nacido desde los propios territorios.
La guía no da respuestas cerradas. Invita a reflexionar: ¿por qué queremos observar aves?, ¿qué preguntas buscamos resolver?, ¿qué sueños comunitarios acompañará este esfuerzo? De ahí que pueda leerse como una carta abierta, adaptable a cada lugar, capaz de fortalecer tanto el conocimiento científico como los saberes ancestrales.
En Oaxaca, Chiapas, Colima o la Sierra Norte, los monitores comunitarios recorren selvas y montañas con binoculares y cuadernos. No son sólo recolectores de datos: organizan reuniones, gestionan recursos y, sobre todo, construyen confianza. Mujeres, hombres, niñas y niños participan de estos procesos que, además de registrar especies como el perico frente naranja o la espátula rosada, consolidan lazos sociales y siembran esperanza.
Los autores advierten: ningún proyecto puede sostenerse sin acompañamiento. Si la comunidad no se apropia del proceso, se corre el riesgo de frustración y abandono. Por eso la guía insiste en la colaboración entre pueblos, academia, organizaciones civiles y gobiernos. El futuro de la biodiversidad no puede descansar en un solo actor.
Más allá de los nombres científicos y las listas de especies, este esfuerzo propone mirar a las aves como símbolos de vida compartida. Cada registro no es solo un dato: es una defensa del territorio, una apuesta por la memoria y un acto de resistencia frente a la pérdida de la naturaleza.