“Nada es verdad”: el reto de informar a adolescentes que dudan de los medios
Un estudio reciente en Estados Unidos revela un problema que también resuena en México: la desconfianza creciente de los adolescentes hacia los medios de comunicación. Entre jóvenes de 13 a 18 años, el 84% asocia a la prensa con palabras como “sesgo”, “confusión” o “falsedad”. Para una generación que se informa casi exclusivamente en redes sociales, la figura del periodista aparece como alguien parcial, propenso a equivocarse y desconectado de sus intereses.
Cat Murphy, estudiante de periodismo de 21 años, conoce bien ese ambiente. Desde niña quiso dedicarse a la profesión, pero sus amigos no entienden su entusiasmo. Para muchos, las noticias son un espacio lleno de ruido y opiniones irreconciliables. El estudio confirma esa percepción: la mitad de los encuestados cree que los periodistas favorecen a anunciantes, inventan detalles o sacan imágenes de contexto. Solo un tercio piensa que suelen verificar información o corregir errores.
Los expertos señalan que estos juicios no surgen de la nada. Los adolescentes reproducen lo que escuchan en casa y lo que consumen en plataformas dominadas por el escepticismo. Además, cada error mediático amplificado en redes alimenta la idea de que los reporteros son poco confiables. La falta de educación sobre cómo funciona el periodismo también pesa: pocos estudiantes han aprendido en la escuela para qué sirve la prensa y cómo se construye una noticia.
El estudio identifica otro factor: casi no existen referentes positivos en la cultura popular. A diferencia de generaciones anteriores, que conocieron la labor periodística a través de películas como Todos los hombres del presidente, hoy los adolescentes asocian el oficio con personajes ficticios como los reporteros de Spider-Man o con caricaturas de noticieros. Para muchos, el periodismo real les pasa de largo.
Algunas escuelas han empezado a incorporar cursos de alfabetización informativa, donde se enseña a distinguir fuentes, verificar datos y entender los procesos detrás de una nota. Quienes han tomado estas clases reportan cambios: aprenden a detectar desinformación y a valorar la función de un medio confiable. Aun así, estos programas siguen siendo escasos y compiten con planes de estudio saturados.
Los estudiantes que sí se involucran con el periodismo encuentran motivación en el impacto real de las noticias. Lily Ogburn, editora de un periódico universitario, vio cómo sus reportajes sobre un equipo deportivo derivaron en sanciones institucionales. A pesar del escepticismo en su campus, la experiencia reforzó su convicción: quiere informar de manera que la gente recupere la confianza perdida.
Expertos y jóvenes coinciden en que los medios deben adaptarse. No basta con esperar a que los lectores regresen: hay que aprender a contar historias en los espacios donde la generación Z ya está, sin renunciar a los principios básicos de verificación y transparencia. El reto para la industria es doble: acercarse a una audiencia que creció dudando de ella y demostrar, con hechos, que el buen periodismo sigue siendo indispensable.
