Estados Unidos pierde su brillo: Moody’s le baja la nota y prende las alarmas globales
Por primera vez en más de un siglo, Estados Unidos ya no tiene la máxima calificación crediticia de ninguna de las tres grandes agencias internacionales. Moody’s, la última en mantenerle la medalla de triple A, rebajó su calificación a Aa1, sumándose a las decisiones previas de S&P y Fitch. ¿La razón? Una montaña de deuda que no deja de crecer, déficits que parecen agujeros sin fondo y un Washington más enfrascado en pleitos políticos que en soluciones reales.
Aunque la calificación sigue siendo alta, este cambio lanza un mensaje claro a los mercados: el llamado “techo de la deuda” ya no es solo un concepto técnico de economistas, sino una realidad que empieza a pesar en los bolsillos. Moody’s justificó la rebaja señalando que la deuda pública de Estados Unidos ha crecido de forma sostenida por más de una década, con proyecciones nada alentadoras: el déficit federal podría acercarse al 9% del PIB para 2035, muy por encima del 6.4% registrado el año pasado.
Los republicanos, liderados nuevamente por Donald Trump, impulsan un paquete fiscal que podría añadir hasta 5.2 billones de dólares a la deuda nacional en solo diez años. Pero ni siquiera dentro de su propio partido hay consenso: una facción lo bloqueó en la Cámara de Representantes por considerar que aumentaría demasiado el déficit.
El golpe de Moody’s también llega en un momento de tasas de interés elevadas, lo que multiplica los pagos de deuda como bola de nieve. El bono del Tesoro a 10 años subió a 4.48%, reflejando el nerviosismo de los inversionistas, quienes empiezan a ver a Estados Unidos con menos confianza.
Este cambio de estatus no es menor: las agencias de calificación como Moody’s, S&P y Fitch no solo ponen notas, sino que dictan cuánto cuesta pedir dinero prestado. Una nota más baja implica mayores intereses, lo que a su vez alimenta el círculo vicioso del endeudamiento. Y si eso pasa en la economía más grande del mundo, el impacto se siente en todo el planeta.
Estados Unidos había mantenido una calificación crediticia perfecta durante décadas, en gran parte gracias a su peso económico, estabilidad política y rol como refugio de capitales en tiempos de incertidumbre. Pero desde 2011, cuando S&P fue la primera en degradarlo tras una pelea política por el techo de la deuda, el encanto comenzó a desvanecerse. Fitch siguió en 2023. Moody’s resistió hasta ahora, pero ya no más.
El problema no es solo económico, sino estructural: un modelo fiscal que gasta más de lo que ingresa, sin una hoja de ruta clara. La advertencia está hecha: si no se resuelven los problemas de fondo, la potencia mundial podría enfrentar costos de endeudamiento aún mayores y una pérdida de influencia financiera.
Para países como México, esta degradación obliga a estar atentos. La economía nacional, estrechamente ligada a la estadounidense, podría resentir cambios en tasas de interés, en flujos de capital y en la confianza global. Cuando el vecino estornuda, no hay cubrebocas que nos salve del resfriado.