Robo de película en el Louvre: así fue el asalto que dejó a Francia sin parte de sus joyas imperiales
En apenas siete minutos, un grupo de ladrones se llevó del Museo del Louvre joyas de valor incalculable que formaban parte de la historia imperial francesa. El atraco, ocurrido a plena luz del día, expuso las debilidades en la seguridad del museo más visitado del mundo y desató un debate nacional en Francia.
El robo se produjo la mañana del domingo, cuando cuatro hombres con el rostro cubierto se acercaron al edificio desde la fachada sur, la que da al río Sena. Utilizando una plataforma elevadora —como las que se usan para mover muebles—, subieron hasta el segundo piso, donde se encuentra la Galería de Apolo. Con herramientas eléctricas rompieron una ventana, cortaron los cristales de las vitrinas y se apoderaron de ocho piezas de las joyas de la corona francesa.
Los ladrones actuaron con precisión milimétrica. En cuanto las alarmas sonaron, escaparon en motocicletas, dejando atrás parte del equipo que habían usado, un chaleco amarillo para hacerse pasar por trabajadores… y una joya que no alcanzaron a llevarse: la corona imperial de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.
La pieza, una de las más valiosas del Segundo Imperio, fue hallada rota y tirada en una calle cercana al museo. Fabricada en 1855 por el orfebre Alexandre-Gabriel Lemonnier, la corona está compuesta por 1,354 diamantes y 56 esmeraldas, con un diseño de águilas doradas y un globo coronado por una cruz de brillantes. Tras la caída del imperio en 1870, la joya fue vendida por el Estado y solo volvió al patrimonio francés gracias a una donación privada.
Además de la corona, los ladrones se llevaron un collar y unos pendientes que Napoleón Bonaparte regaló a su segunda esposa, la emperatriz María Luisa; una diadema y un broche de Eugenia de Montijo; y un conjunto de zafiros y diamantes perteneciente a Marie-Amélie, última reina de Francia. Todas las piezas formaban parte de la colección permanente del Louvre desde finales del siglo XIX.
El golpe generó una fuerte reacción política. El presidente Emmanuel Macron calificó el robo como “un ataque a un patrimonio que es nuestra historia” y prometió que se hará todo lo posible para recuperar las joyas. El ministro del Interior, Laurent Núñez, reconoció que se trató de un “robo muy profesional” y que el comando realizó un reconocimiento previo. “Hemos fallado”, admitió, “porque fue posible estacionar una plataforma en pleno centro de París, subir al museo y huir con las joyas sin ser detenidos”.
La policía francesa trabaja con un equipo de 60 investigadores bajo la hipótesis de que detrás del robo hay una red de crimen organizado con experiencia en arte y antigüedades. El museo permanece cerrado mientras se realiza un inventario completo y se refuerzan las medidas de seguridad.
El caso ha reavivado una vieja discusión: los museos franceses, con colecciones de valor incalculable, son mucho menos protegidos que los bancos. En los últimos meses ya se habían registrado robos en el Museo de Historia Natural de París y en un museo de Limoges, lo que alimenta las críticas sobre los recortes en personal y vigilancia.
El Louvre no enfrentaba un robo de esta magnitud desde 1998, cuando desapareció una pintura de Camille Corot que nunca fue recuperada. Pero el más recordado sigue siendo el de 1911, cuando un extrabajador se llevó la Mona Lisa, escondiéndola bajo su abrigo y guardándola durante dos años en su casa.
Hoy, más de un siglo después, el museo vuelve a ser escenario de un golpe que parece sacado del cine. Los ladrones, con una operación precisa y silenciosa, pusieron en jaque a una de las instituciones culturales más importantes del planeta. Y aunque Francia logró recuperar la corona caída, el robo de las joyas imperiales dejó una herida abierta en el corazón de su historia.