México en la mira: autos más caros y una industria atrapada entre aranceles y favoritismos

La reciente decisión de Estados Unidos de reducir drásticamente los aranceles a las importaciones automotrices desde Japón ha encendido focos rojos en toda la industria de América del Norte, particularmente en México, donde Ford, General Motors y Stellantis producen una gran parte de sus vehículos. Mientras Japón celebra su nuevo trato comercial, las automotrices que operan en territorio mexicano enfrentan mayores costos, amenazas de nuevos impuestos y una creciente incertidumbre.

El acuerdo entre Washington y Tokio implica que los autos japoneses que ingresen a Estados Unidos pagarán ahora un arancel de solo 15%, frente al 25% anterior. Esto disparó las acciones de empresas como Toyota y Mazda, que en solo unos días vieron incrementos bursátiles de hasta 17%. Pero la historia no es la misma para los llamados «tres grandes de Detroit»: Ford, GM y Stellantis, cuyas operaciones dependen fuertemente de México y Canadá, siguen pagando tarifas más altas para ingresar al mismo mercado.

Lejos de recibir apoyo, estas compañías enfrentan nuevas amenazas por parte de Donald Trump, quien ha adelantado la posibilidad de elevar aún más los aranceles: 30% para vehículos ensamblados en México y 35% para los de origen canadiense, a partir del 1 de agosto. El golpe sería directo a la base productiva de la región, pues millones de autos fabricados en plantas mexicanas —como las de Cuautitlán, Silao, Hermosillo o Toluca— están destinados al mercado estadounidense.

Impacto desigual para América del Norte

Desde la Casa Blanca, el gobierno presentó este acuerdo como una victoria para los fabricantes estadounidenses, argumentando que ahora podrán vender más autos en Japón. Sin embargo, las cifras pintan otra realidad. En 2024, más del 28% de las importaciones automotrices de Estados Unidos provinieron de Japón, mientras que la presencia de autos estadounidenses en el mercado japonés sigue siendo marginal.

La desigualdad del trato provocó una reacción inmediata en la industria. Las tres grandes automotrices criticaron lo que consideran un doble rasero. Mientras los vehículos japoneses con bajo contenido estadounidense ganan terreno, los autos producidos en América del Norte —con alto valor de integración regional— son castigados con aranceles elevados. General Motors informó que perdió 1,100 millones de dólares solo en el segundo trimestre de 2025 debido a este entorno comercial, y anticipa que las pérdidas podrían llegar a 5,000 millones antes de que termine el año.

México se convierte así en una víctima colateral de esta política proteccionista. Pese a ser uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos bajo el T-MEC, y contar con una cadena de suministro profundamente integrada con las armadoras estadounidenses, no ha recibido el mismo trato que Japón. La preocupación se extiende más allá de las oficinas corporativas. Miles de empleos directos e indirectos dependen de que los vehículos fabricados en México sigan siendo competitivos en el mercado estadounidense.

Canadá también observa con inquietud, y la Unión Europea intenta desesperadamente asegurar un acuerdo similar con Estados Unidos para proteger a sus fabricantes. Sin embargo, las negociaciones con Bruselas están estancadas y Trump ha advertido que podría imponer aranceles del 30% sobre productos europeos.

Una industria al borde del desbalance

La situación revela una contradicción: mientras se busca proteger el empleo local en Estados Unidos, las decisiones están generando presión sobre las plantas que realmente sostienen buena parte de esa producción, muchas de las cuales se encuentran en México. La estrategia, lejos de fortalecer la competitividad regional, la fragmenta. La industria automotriz en Norteamérica opera como un ecosistema interconectado; romper ese equilibrio puede resultar costoso para todos.

La pregunta ahora es si el gobierno de Estados Unidos aplicará reducciones arancelarias similares a México y Canadá, o si mantendrá una línea dura que termine afectando su propia cadena de valor. En México, las armadoras aguardan una definición mientras hacen cuentas y evalúan el impacto de posibles incrementos en costos y precios para los consumidores.

En este contexto, la industria mexicana queda en una posición delicada. Ha sido clave para que marcas globales ganen competitividad, ha creado empleos, tecnología e infraestructura, y se ha consolidado como uno de los pilares del crecimiento económico nacional. Pero si el juego comercial sigue sesgado, las plantas podrían enfrentar presiones para reubicarse o reducir operaciones.

El mensaje desde Detroit es claro: no se puede hablar de libre comercio solo cuando conviene. Si se quiere proteger la industria automotriz norteamericana, eso incluye a las fábricas, trabajadores y proveedores que todos los días operan desde México. Ignorarlo sería una receta para la desintegración productiva de la región.

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