Lavrov llega a Alaska con un mensaje vestido en rojo y oro soviético

Anchorage amaneció con un gesto que encendió la conversación incluso antes de que iniciara la cumbre Putin-Trump. Sergei Lavrov, el veterano ministro de Asuntos Exteriores ruso, bajó del avión con una camiseta estampada con las letras URSS, un recordatorio visible de un imperio desaparecido, pero muy presente en el discurso del Kremlin. En un encuentro ya marcado por tensiones y desconfianzas, la prenda funcionó como una declaración política sin necesidad de pronunciar palabra.

La delegación rusa, encabezada por Lavrov y el embajador Aleksánder Darchíev, aterrizó en Alaska para la reunión que se celebrará en la base militar conjunta Elmendorf-Richardson. De acuerdo con el Kremlin, Putin y Trump abrirán la cumbre con una charla privada, acompañados únicamente por sus intérpretes. El núcleo de la agenda: la guerra en Ucrania. Pero en la mesa también habrá temas de seguridad global, paz y asuntos internacionales que han enfrentado a Moscú y Washington en los últimos años.

Lavrov, un diplomático que alguna vez fue visto como pragmático, se ha alineado en los últimos tiempos con el discurso más duro de Vladimir Putin. La camiseta de la URSS encaja en la narrativa que insiste en que Rusia y Ucrania son un solo pueblo, negando la independencia del Estado ucraniano y evocando símbolos que, para muchos en Occidente y en Kiev, representan represión y dominio.

La comitiva rusa incluye a figuras clave del aparato de poder de Moscú: Yuri Ushakov, consejero presidencial; Andréi Beloúsov, ministro de Defensa; Antón Siluánov, ministro de Finanzas; y Kiril Dmítriev, enviado especial para cooperación económica. Muchos de ellos comenzaron sus carreras en los últimos años de la Unión Soviética, una herencia que sus críticos consideran inseparable de su visión actual del mundo.

En los territorios ocupados de Ucrania, las autoridades impuestas por Moscú han desmantelado monumentos que recuerdan el sufrimiento bajo el régimen soviético, como los dedicados a las víctimas del Holodomor, la hambruna de los años 30 que mató a millones. Que Lavrov lleve la URSS en el pecho mientras su país derriba esos memoriales no es, para sus detractores, casualidad.

La camiseta fue identificada por blogueros rusos como un diseño de la marca Selsovet, de Chelyabinsk, especializada en ropa de “herencia soviética” y con un precio cercano a los 120 dólares. No fue el único gesto de provocación: periodistas rusos que viajaron a Alaska contaron que se les sirvió pollo Kiev, una broma que aliados del Kremlin aprovecharon para ridiculizar al presidente ucraniano Volodímir Zelensky.

El exministro de Exteriores de Lituania, Gabrielius Landsbergis, ironizó en redes sociales sobre la vestimenta de Lavrov, comparándola con una oferta velada: quedarse con parte de Ucrania a cambio de detener la ofensiva.

Entre símbolos, ironías y mensajes ocultos, la cumbre en Alaska arranca con un telón de fondo que va mucho más allá de los discursos oficiales. El gesto de Lavrov es un recordatorio de que, en esta guerra, la batalla no solo se libra en el frente, sino también en la memoria y en la imagen que cada lado quiere imponer al mundo.

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