La iglesia que camina: Suecia traslada un templo histórico para salvarlo de la mina
En el norte helado de Suecia ocurre algo que parece sacado de una película: una iglesia de madera construida hace más de un siglo avanza lentamente por las calles, montada sobre plataformas con ruedas. No es un acto simbólico ni una ilusión, sino una operación real que busca salvar al templo de ser devorado por la mina subterránea de hierro más grande de Europa.
La protagonista de esta historia es la Kiruna Kyrka, una iglesia luterana inaugurada en 1912 y considerada una de las más queridas del país. Con su peculiar arquitectura que recuerda a una vivienda sami, pesa 672 toneladas y ahora recorre cinco kilómetros a un ritmo de apenas medio kilómetro por hora. La mudanza, que tardará dos días, fue planeada durante ocho años y costará unos 500 millones de coronas suecas.
La mina de hierro, explotada por la empresa estatal LKAB, ha debilitado el terreno al punto de obligar al traslado de toda la ciudad ártica de Kiruna. En un proceso que durará hasta 2035, se moverán casas, comercios y edificios culturales enteros. La iglesia es apenas uno de los 23 inmuebles históricos que cambiarán de sitio. Para permitir el paso del templo, las calles fueron ensanchadas y se espera que más de 10 mil personas, incluido el rey Carlos XVI Gustavo, presencien el viaje.
La ceremonia del traslado comenzó con una bendición y fue acompañada por música, celebraciones y la intención de romper un récord mundial con el café comunitario más grande ofrecido tras un servicio religioso. Decenas de cámaras fueron instaladas a lo largo del recorrido para transmitir en vivo lo que en Suecia llaman “el gran traslado de la iglesia”.
Una ciudad en movimiento y las voces críticas
El proyecto no solo moviliza estructuras, también emociones. El retablo del templo, pintado por el príncipe Eugen, y su órgano de más de dos mil tubos fueron embalados cuidadosamente para acompañar la travesía. La torre del campanario, que es independiente, será trasladada la próxima semana.
Para la empresa minera, mover la iglesia en una sola pieza era indispensable para conservar su valor simbólico. “Es con gran reverencia que realizamos este proyecto, no es cualquier edificio, es una iglesia”, declaró el responsable Stefan Holmblad Johansson.
Pero no todos celebran. Entre el pueblo sami, que habita históricamente esas tierras, crece la preocupación de que la fragmentación del territorio complique el pastoreo de renos, una práctica ancestral que forma parte de su identidad. La mudanza del templo, aunque espectacular, no disipa las tensiones entre tradición y desarrollo extractivo.
El traslado de la Kiruna Kyrka terminará a finales del próximo año, cuando reabra en su nuevo emplazamiento. Será entonces un sitio de culto y también un símbolo de resistencia: la imagen de una iglesia centenaria que se niega a hundirse, avanzando con dignidad sobre ruedas mientras todo un pueblo se reacomoda para sobrevivir en una tierra que cambia bajo sus pies.