La Conchasúchil: el pan que une la tradición del Día de Muertos con la creatividad mexicana

En la Ciudad de México, el joven panadero Jonathan Barrera, fundador de Bestcake CDMX, se volvió viral tras crear la Conchasúchil, un pan que fusiona la textura y el sabor del pan de muerto con la forma y el color del cempasúchil, la flor que guía a los difuntos. Su propuesta surgió como un homenaje a las raíces mexicanas y rápidamente se convirtió en símbolo de la temporada.

Cada pieza está elaborada con masa de pan de muerto, perfumada con azahar y ralladura de naranja, y moldeada a mano para simular los pétalos de la flor sagrada. La cubierta azucarada, teñida en tonos naranjas y amarillos, completa el efecto visual. El resultado es un pan que parece una flor recién cortada del altar, con el inconfundible aroma de las ofrendas.

Barrera, conocido por sus “conchas dinámicas” inspiradas en deidades mexicas, explicó que su objetivo es transformar lo tradicional sin perder su esencia. “La concha no se destruye, solo se transforma”, dijo en entrevista con Canal Once, resumiendo su filosofía de reinterpretar la panadería mexicana con respeto y creatividad.

En redes sociales, miles de usuarios en TikTok, Instagram y Facebook han compartido imágenes y reseñas de la Conchasúchil, destacando su originalidad y sabor. Comentarios como “parece una flor viva” o “honra nuestras tradiciones desde la panadería” abundan entre los elogios. El fenómeno digital ha sido tan grande que ya existen más de 800 pedidos en lista de espera.

El pan se vende exclusivamente en la zona metropolitana de la CDMX. Una caja con cuatro piezas cuesta 310 pesos, y puede pedirse directamente a Bestcake CDMX. Su alta demanda refleja no solo el gusto por lo visualmente atractivo, sino también el deseo de mantener vivas las tradiciones a través de nuevos lenguajes culinarios.

Más que una tendencia gastronómica, la Conchasúchil representa un acto de memoria colectiva: un puente entre el pasado y el presente, entre la ofrenda y la mesa. En cada pétalo moldeado se condensa la historia de un pueblo que celebra la vida recordando a sus muertos, y que encuentra en el pan —como siempre— un símbolo de unión y de afecto compartido.

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