James Cameron regresa a Pandora y defiende el cine como experiencia colectiva
A sus 71 años, el director canadiense vuelve al centro de la conversación cultural con la tercera entrega de Avatar, una saga que concibió hace más de dos décadas y que hoy funciona como espejo del mundo contemporáneo. Más allá de la ciencia ficción, la nueva película plantea una fantasía alegórica sobre la luz y la oscuridad humanas, la relación con la naturaleza y las consecuencias de explotar un planeta sin medir el daño. Para su creador, Pandora no es un lugar de escape, sino una advertencia.
El realizador sostiene que el cine sigue siendo una experiencia irremplazable frente al avance del streaming. Ver una película en sala implica atención plena, tiempo compartido y una inmersión que no se fragmenta con pausas ni distracciones. En un contexto donde las plataformas dominan el consumo audiovisual, apuesta por historias largas, visualmente envolventes y pensadas para verse en colectivo. En México, donde ir al cine continúa siendo un acto social que atraviesa generaciones, esta defensa resulta especialmente significativa.
Una historia familiar con ecos universales
La saga Avatar se construye como un drama intergeneracional. Aunque está ambientada en un futuro lejano, sus conflictos son antiguos: colonización, despojo, resistencia y pertenencia. Los habitantes de Pandora representan una versión idealizada de la convivencia con el entorno natural, mientras que los humanos que llegan a explotarlo encarnan la lógica extractiva que ha marcado buena parte de la historia del planeta, incluida la latinoamericana.
El director reconoce que la paternidad influyó de manera decisiva en el rumbo de las secuelas. Las tensiones entre padres e hijos, la búsqueda de identidad y la necesidad de ser reconocidos atraviesan la nueva película. Esa dimensión emocional, afirma, no habría sido posible sin su propia experiencia familiar y sin observar cómo las nuevas generaciones cuestionan el mundo heredado.
Tecnología, ética y lo que viene
Reconocido por su impulso a los efectos visuales y a la innovación técnica, el cineasta también expresa preocupación por el presente tecnológico. Advierte sobre los riesgos de una inteligencia artificial sin control y cuestiona que se destinen recursos enormes a desarrollos que podrían volverse contra la humanidad. Para él, ninguna herramienta digital puede sustituir la experiencia humana que un actor aporta a un personaje ni la sensibilidad que surge del contacto directo con la realidad.
Con esta nueva película y otras dos previstas, el director reafirma su apuesta por un cine que combine espectáculo y reflexión. No busca cerrar el debate ni ofrecer respuestas simples. Su intención es invitar al espectador a mirar el mundo, también desde México, con preguntas abiertas sobre el pasado, el presente y el futuro, y sobre la manera en que habitamos el planeta.
