El poder de un grito de caracola: así comunicaban a kilómetros los pueblos neolíticos

Los hallazgos arqueológicos suelen abrir ventanas inesperadas al pasado, pero pocas veces lo hacen con tanta fuerza sonora como las caracolas marinas transformadas en trompetas hace más de 6,000 años en Cataluña. Un estudio reciente propone que estos instrumentos, fabricados a partir de grandes conchas de Charonia lampas, formaron parte de un sistema de comunicación a larga distancia entre comunidades neolíticas de la región.

Señales que recorrían el paisaje

Doce trompetas han sido recuperadas en asentamientos y antiguas minas del Penedès y del área del Llobregat. Todas comparten un detalle clave: la punta de la concha fue retirada para crear una boquilla capaz de vibrar con los labios, técnica similar a la usada en los instrumentos de metal actuales. Ocho de estas piezas conservan su capacidad sonora y alcanzan más de 100 decibeles, volúmenes comparables a los de una sirena de ambulancia. Esa potencia sugiere que su función principal fue transmitir señales entre poblados cercanos o entre trabajadores dispersos en zonas agrícolas y mineras.

La concentración de caracolas en un territorio pequeño apunta a una práctica comunitaria sostenida durante siglos. En las minas neolíticas de Can Tintorer, donde se extraía variscita, un mineral muy apreciado en redes de intercambio, estas trompetas pudieron funcionar como herramientas de coordinación en las galerías subterráneas, donde la comunicación visual era imposible.

De herramienta funcional a instrumento expresivo

La investigación también revela un aspecto inesperado: aunque su potencia sonora favorecía el uso práctico, las caracolas tenían un rango expresivo mayor de lo previsto. Las mejor conservadas pueden emitir hasta tres notas estables. Usando técnicas como la modulación con la mano o pequeñas variaciones en la presión del aire, un intérprete experimentado podía generar discursos musicales sencillos.

Algunos ejemplares presentan agujeros en la espiral, lo que llevó a pensar que podrían haber sido perforaciones intencionales. Sin embargo, los análisis acústicos demostraron que no afectan la afinación, pero sí disminuyen el volumen, lo que indica que se trata de daños naturales ocurridos antes de su recolección.

Estos hallazgos permiten rastrear una tradición sonora que, según los investigadores, conecta con otros descubrimientos más antiguos, como una caracola utilizada como trompeta hace 18,000 años en la cueva de Marsoulas, en el sur de Francia. La continuidad en la forma de tocar estos instrumentos sugiere que las comunidades del pasado no solo buscaban comunicarse para sobrevivir, sino también explorar expresiones más íntimas y compartidas.

Para México, donde las caracolas tuvieron un papel simbólico, ritual y comunicativo en distintas culturas —del Golfo al Altiplano—, este estudio europeo abre un eco interesante: la convergencia humana en el uso de objetos naturales para crear sonido, alertar, convocar o mover emociones, miles de años antes de que existieran los instrumentos formales.

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