Día de Muertos: la historia viva detrás de una tradición que une mundos

Cada noviembre, México se llena de color, aroma y memoria. Las flores de cempasúchil trazan caminos luminosos, el copal perfuma el aire y las velas encendidas guían el regreso simbólico de los difuntos. El Día de Muertos, más que una fiesta, es un espejo de cómo los mexicanos entendemos la vida y la muerte.

El investigador Roberto Martínez González, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, recuerda que la muerte no es solo un hecho biológico, sino también un proceso social. “Cuando alguien muere, desaparece su cuerpo, pero también la persona social que ocupaba un lugar en la comunidad. Los rituales funerarios ayudan a reorganizar la sociedad y a mantener los vínculos con quienes ya no están”.

La celebración, explica, no tiene un origen único. En Europa medieval surgieron el Día de Todos los Santos y el de las Ánimas del Purgatorio, instaurados por la Iglesia Católica. Con la colonización, esas conmemoraciones se mezclaron con las creencias prehispánicas sobre el más allá. De esa fusión nació una tradición diversa, expresada de manera distinta en cada región del país.

En Oaxaca, los huehuentones encarnan a los muertos que regresan; en Pomuch, Yucatán, los familiares limpian los huesos de sus difuntos y los colocan en altares; mientras que en Mixquic, los panteones se iluminan toda la noche con música, comida y oraciones. “Cada comunidad adapta la celebración a su cosmovisión, y eso mantiene viva la tradición”, dice Martínez.

Tras la Revolución Mexicana, el Estado impulsó el Día de Muertos como un símbolo de identidad nacional. Las megaofrendas del Zócalo o de Ciudad Universitaria representan una versión laica del ritual, más enfocada en la memoria colectiva que en lo religioso. Sin embargo, el sentido familiar sigue intacto. “Rendir culto a los muertos es rendir culto a la familia. Nos recuerda que seguimos unidos por la memoria y el amor que trascienden la vida”.

La fecha coincide también con el fin del ciclo agrícola. “No es casual —explica Martínez— que el Día de Muertos se celebre en época de cosechas. En la tradición mesoamericana, los muertos están ligados a la fertilidad, y por eso se les ofrendan alimentos como símbolo de gratitud por la abundancia”.

Hoy, la globalización y el turismo han llevado esta festividad al mundo entero. Películas como Coco o los desfiles capitalinos la han popularizado, aunque en muchos pueblos persiste la necesidad de proteger su sentido más íntimo. “Algunas comunidades dicen: ‘Nuestros muertos no son los muertos de todos’”, señala el investigador.

El Día de Muertos ha logrado trascender el tiempo y las fronteras. Es un encuentro entre lo indígena y lo cristiano, entre la historia y la vida cotidiana. Más que una celebración, es una conversación abierta con quienes ya partieron, una forma de mantenerlos presentes en la mesa, en la memoria y en el corazón.

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