Mbappé y el peso invisible del fútbol: la salud mental en la élite sigue siendo tabú
Mbappé y el peso invisible del fútbol: la salud mental en la élite sigue siendo tabú
Kylian Mbappé corre, brilla, marca goles, levanta copas y carga con el estigma de ser “intocable”. Pero detrás de la sonrisa que enciende estadios, el capitán de Francia reconoció algo que muchos intuyen y pocos se atreven a decir: en el deporte de élite la salud mental sigue siendo un tabú.
En una entrevista con L’Équipe, el delantero del Real Madrid habló sin rodeos: los jugadores de su nivel temen mostrarse vulnerables por miedo a ser juzgados. “Si lo dices después de una derrota, la gente lo interpreta como excusa. Si lo dices después de una victoria, apenas lo toleran”, explicó. La lógica es cruel: al campeón se le perdona todo, al perdedor nada.
El astro de 26 años comparó esa presión con un guion escrito de antemano: “No tienes derecho a perder, ni a equivocarte. La gente te admira porque aceptas todo y sigues adelante”. Y, sin embargo, reconoció que su verdadera batalla es íntima: contra el desgaste, la crítica, la exposición permanente. “Si no tuviera esta pasión, el fútbol me habría dado asco hace mucho tiempo”, confesó.
Mbappé no es el primero en abrir esta puerta. Otros atletas —del ciclismo al tenis, pasando por la natación y el básquetbol— han revelado momentos de ansiedad y depresión. Pero la resistencia cultural sigue ahí: se espera que los ídolos sean máquinas, no humanos.
El francés sabe lo que implica estar bajo el microscopio: cada gesto, cada palabra, cada partido se convierte en juicio público. Incluso sus amistades son analizadas con lupa. “Alguien con quien sales, si ya no lo vemos, preguntan por qué ya no está. Es agotador”, relató. Por eso, asegura, ha aprendido a blindar su entorno y a exigir menos reconocimiento externo.
La conversación también lo llevó a su vida personal. Admitió que eligió no casarse joven ni tener hijos aún, porque quiso entregarse por completo al fútbol. “Quizás me equivoque, quizás no. El futuro lo dirá”, comentó con franqueza. Incluso bromeó: “Jamás le recomendaría a mi hijo entrar al mundo del fútbol… aunque un balón nunca estará lejos”.
En lo profesional, habló de su paso por el PSG, de su llegada al Real Madrid y de su compromiso con la selección francesa, a la que espera llevar lo más lejos posible junto a Didier Deschamps. Pero lo más revelador fue esa insistencia en que las victorias y las derrotas no son lo más duro de la carrera: lo son las emociones calladas.
El mensaje de Mbappé resuena porque quiebra una ilusión: la de que el éxito blinda contra la fragilidad. No es así. El delantero más rápido del planeta también puede sentirse cansado, agobiado, incluso asqueado de un sistema que exige perfección sin descanso.
Hablar de salud mental en el deporte de élite no debería ser sinónimo de debilidad. Al contrario: se necesita más coraje para admitirlo que para patear un penalti frente a 80 mil personas. La confesión de Mbappé no busca compasión, sino abrir un espacio para que otros jugadores se atrevan a decir lo que sienten.
Quizá la lección es esa: detrás de cada gol hay también un peso invisible. Y reconocerlo no hace menos grande a un campeón. Lo humaniza.