Tocar un instrumento mantiene joven al cerebro y mejora el bienestar emocional
La música no solo es una fuente de disfrute, también es una aliada poderosa para preservar la agilidad mental a cualquier edad. Así lo confirma un estudio publicado en la revista PLOS Biology, que señala que tocar un instrumento musical refuerza las conexiones neuronales, mejora la atención, la coordinación y retrasa el envejecimiento cerebral. Esta práctica estimula el cerebro de forma tan completa que incluso personas mayores pueden conservar habilidades cognitivas similares a las de jóvenes.
El estudio fue realizado con 74 personas: músicos mayores con experiencia, adultos mayores sin formación musical y jóvenes que nunca habían tocado un instrumento. Todos fueron sometidos a tareas auditivas en ambientes ruidosos, con el objetivo de medir su capacidad para reconocer sonidos sutiles entre el ruido. Sorprendentemente, los músicos mayores obtuvieron resultados similares a los del grupo de jóvenes, superando ampliamente a los adultos sin experiencia musical.
Los escáneres cerebrales mostraron que, al enfrentarse a estos desafíos sonoros, los cerebros de los músicos de edad avanzada funcionaban como los de personas jóvenes, lo cual se atribuye a una mayor reserva cognitiva. Esta reserva se construye con los años de práctica musical, lo que permite al cerebro compensar mejor los efectos del envejecimiento natural.
Una gimnasia cerebral para toda la vida
Los beneficios no están restringidos a quienes empezaron desde niños. Según neurólogos consultados, es posible comenzar a cualquier edad y aun así obtener mejoras notables en la función cerebral. Aprender a tocar un instrumento requiere activar varias zonas del cerebro de manera simultánea: se involucran áreas relacionadas con la vista, la audición, la motricidad fina, la memoria y la coordinación. Esta exigencia global fortalece la estructura del cerebro y lo vuelve más adaptable.
El neurólogo Amit Sachdev, de la Universidad Estatal de Michigan, explica que adquirir nuevas habilidades como tocar un instrumento o aprender un idioma estimula la creación de nuevas conexiones neuronales, lo cual refuerza la resiliencia mental frente al paso del tiempo. Clifford Segil, especialista en neurología del Providence Saint John’s Health Center, añade que la ejecución musical implica procesos complejos como combinar ritmo, armonía y melodía, lo que obliga al cerebro a trabajar de manera integrada y dinámica.
Incluso quienes tocan de manera amateur, sin buscar precisión o perfección, pueden ver mejoras cognitivas y emocionales. No se necesita tocar bien ni llegar a un nivel profesional para que el cerebro se beneficie. El solo hecho de practicar regularmente genera cambios positivos. Además, leer partituras funciona como una forma alternativa de lectura que activa rutas neuronales diferentes a las de la lectura tradicional, fortaleciendo así la flexibilidad y la adaptabilidad mental.
Más allá del cerebro: placer, convivencia y salud emocional
Los beneficios no terminan en lo neurológico. La música también contribuye al bienestar emocional y a la salud mental. Tocar en grupo, formar parte de un coro o compartir una canción con otros tiene un efecto social que potencia los beneficios. La convivencia, la alegría y el sentido de pertenencia que se generan al hacer música con otros fortalecen el ánimo y ayudan a combatir la ansiedad, el estrés y la soledad.
En México, donde la música forma parte esencial de la cultura, esta práctica representa también una forma de reconectar con nuestras raíces. Ya sea con una jarana, una guitarra, un teclado o incluso la voz, cualquier persona puede sumarse a esta actividad que no solo entretiene, sino que cuida del cuerpo y del alma. No importa si se empieza en la juventud, a los 50 o después de los 70: la clave está en disfrutarlo.
Así, la ciencia respalda lo que ya muchos intuían: hacer música es una forma profunda de ejercitar el cerebro, mantenerse activo, disfrutar del presente y fortalecer los lazos con los demás. En tiempos donde el envejecimiento preocupa a más personas, esta práctica se convierte en una herramienta accesible, emocionalmente rica y mentalmente poderosa para vivir mejor, más despiertos y conectados con nosotros mismos y con los demás.